Un tren expreso había chocado violentamente contra un tren suburbano que se había detenido a causa de una avería, aunque un empleado, blandiendo una bandera, había señalado el hecho. El conductor del tren expreso había salvado su vida saltando de la locomotora antes de la catástrofe.
Algún tiempo después tuvo que comparecer ante un tribunal. Allí se le preguntó: –¿No vio usted al empleado que blandía la bandera exigiéndole detenerse? Él contestó: –Lo vi, pero tenía una bandera amarilla. Concluí que todo iba bien y seguí avanzando. Entonces fue llamado el empleado de la bandera y se le preguntó qué bandera había utilizado. –Una bandera roja, pero el tren no se detuvo. –¿Está usted seguro de que era roja? –¡Totalmente seguro!, fue la respuesta.
Como los dos hombres insistían en la veracidad de su testimonio, se le pidió al empleado que mostrara su bandera como prueba. Entonces se esclareció el misterio: la bandera había sido roja, pero con los años y el sol, se había puesto amarillenta.
¡Cuidémonos de las banderas que pierden el color! Que nuestra vida sea una bandera roja, o sea que este alimentada de nuestro Salvador siempre. No temamos proclamar esta doctrina esencial de la Palabra de Dios: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Dios los colme de bendiciones...
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